jueves, 25 de agosto de 2011

RELATO. Al comprarme un pantalon

Aquella tarde de agosto hacía un calor tremendo en Madrid. Había ido a solucionar unos asuntos particulares en la capital y volvía a mi municipio, al sur de la región. Y venía pensando en hacer algunas compras: alguna camisa, algún pantalón, ........., de cara a la nueva temporada de otoño. En ese instante, orienté el coche hacia un centro comercial. Así de paso, aunque en el coche tenía aire acondicionado, podría beber algo fresco.

Los escaparates perfectamente colocados, se plagaban de levitas, chaquetas, bufandas, pantalones de invierno, calzado de la nueva temporada. Y fue mirando precios, colores, combinaciones de estilos, cuando la vi. De refilón, de soslayo, pero ya algo me decía que entrara a esa tienda de ropa masculina. Y sin más, seguí los consejos de ese diablillo interior.
Empecé disimulando, pero sin perderla de vista. Mediría 1,75, unos 63 o 64 kilos. Castaña, pelo largo ondulado, ojos color miel, pecas por la cara y unos labios sugerentes, tersos, que te decían en la distancia, cómeme. Vestía pantalón claro apretadito, lo cual contribuía a dibujar un culo importante, respingón, prieto, suculento. Por arriba un top anudado al cuello, con un escote que daba vértigo mirar, dejaba al descubierto un canalillo impresionante, donde confluían dos estupendos y turgentes pechos. El moreno del verano contribuía notablemente a incrementar el atractivo de aquella dependienta que, si bien no era un gran belleza de cara, sí hacía de ella una mujer muy atrayente en el conjunto.
-Hola. Una pregunta, ¿el tallaje de estos pantalones es igual que en el resto?, le pregunté, ya que los pantalones eran nuevos, muy modernos y las tallas no seguían el mismo patrón que el resto
-Si, normalmente, sí. ¿Qué talla usas?, me respondió, con sonrisa
-La 40, dije yo
-¡Espera, que te la busco! Al instante, de entre un montón, sacó mi talla.
-Esta es la tuya. Los probadores están al fondo a la izquierda y cuando los tengas puestos me llamas, agregó.
Me dirigí hacia los probadores. Me quité los zapatos, los pantalones que llevaba y me puse los nuevos. Me sentaban como un guante y salí del probador y la llamé.
-Te quedan perfectos, esa es tu talla, me dijo mientras comprobaba que el tiro (ya sabéis, la parte baja de la cremallera, me quedaba bien)
-Si quieres, traigo unos alfileres y te arreglamos el bajo, añadió
¡Cómo no iba a querer tener arrodillada ante mí a esa hembra!
-Claro, dije yo, al instante
Enseguida regresó con una caja llena de alfileres. Se agachó. Por el espejo pude ver el generoso escote que me ofrecía y pude descubrir unas tetas grandes, que el sujetador apenas podía retener. Mientras, pude también ver el minúsculo tanga de color rosa pálido que llevaba, aprovechando que al agacharse, el pantalón, al ser tan bajito dejó su ropa interior al descubierto.
Mi polla no tardó en reaccionar y ella levantó la vista para mirar por el espejo como había quedado el bajo de los pantalones y se percató de mi estado.
-Para mí, está muy bien, dijo con sonrisa socarrona
-¿A qué se referirá _pensé yo_ al bajo del pantalón o a la estupenda erección que tenía?
No pude contenerme y cuando ella se levantó, agarré una de sus manos y la llevé a mi paquete. Ella no digo nada. Tan sólo me empujó al interior del probador. Cerró la puerta, se agachó y se dedicó con extrema y angustiosa parsimonia a tocar mi polla por encima del pantalón y a irlo desabrochando con agonizante lentitud. Me quitó los pantalones y mis boxers casi se rasgaban de la extraordinaria erección que tenía.
-A ver, ¿qué tenemos aquí?, dijo ella, mientras bajaba mis calzoncillos.
-¡Madre mía, menuda polla, bonito!, agregó
-Toda para ti si la quieres ..........., y dudé
-Bea, me llamo Bea, dijo.
-Pues eso, Bea, toda para ti, le contesté yo
Sus sugerentes y tersos labios y su fantástica lengua se dedicaron primero a mi capullo, para ir descendiendo por los laterales de mi polla. Mientras con una mano me la meneaba, con la punta de sus dedos de la otra mano iba acariciando mis huevos y la bajaba a la zona entre el culo y los huevos.
-¡Ahhhhhhhhhhhhhh, ....., q bien Bea!, dije yo, con ritmo entrecortado
-¡Me encanta tu polla, cabronazo!, me dijo ella. ¡Necesito notarla dentro de mi!, añadió
La ayude a incorporarse (hagan los probadores más grandes, señores de las tiendas, jejejejeje). La besé mientras elevaba sus brazos por encima de la cabeza y saqué su top. Ante mi quedaron esas dos tetas. Desabroché su sujetador y lamí sus pezones: grandecitos, rosados, que al contacto con mi lengua se pusieron durísimos. Mi lengua no paraba de hacer círculos entorno a sus aureolas, que intercambiaba con pequeños mordisquitos en sus pezones, erizándolos aún más.
Ella misma se desabrochó el pantalón y se descalzó. Yo terminé de bajárselo y me mostró su minúsculo tanguita (por no decir inexistente).Una tira finita por su culo y por su cintura y una más ancha tapando ese coñito caliente y chorreante; eso sí, perfectamente depilado. Ni un pelito. Parecía el de una niña pequeña.
Me arrodillé y le di una lamida de coño impresionante. Mi lengua se trabajaba su clitoris, mientras mis dedos separaban sus labios y buscaban el agujero donde meterse.
-¡Ummmmmmmmmm, dios, me vas a matar! ¡Jamás mi novio me había hecho nada parecido! ¿Dónde te habías metido hasta ahora?, me dijo, con los ojos cerrados y sus manos acariciando sus tetas. Elevó una de ellas hasta su boca, sacó la lengua y empezó a lamer primero un pezón y luego el otro. Eso me puso mucho más cachondo.
-¡Métemela ya!, exclamó.
Dicho y hecho. Ella puso una pierna apoyada en el banquito que había en el probador y dejó su coñito abierto. Yo me incorporé, me pegué a ella y de una sola estacada, ese chocho se tragó toda mi polla.
-¡Ummmmmmmmmmmmm!, emitimos los dos a la vez
-¡Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!, añadió ella mientras me atraía contra ella con fuerza. ¡Empuja, empuja fuerte!, acertó a decir.
Después de unos minutos así, me aparté, me senté yo en el banquito. Mi polla tiesa, durísima y chorreante por su flujo, apuntaba al techo. Ella me dio la espalda; apoyó una mano en el espejo y la otra en la puerta mientras yo abría sus nalgas y se introdujo el capullo por su estrechito culo.
-¡Ahhhhhh, duele!, me dijo.
-¡Quédate así, un poquito quieta hasta acostumbrarte!, respondí yo
-¡Vas a estrenar mi culo, guapo!, añadió. Y sin más preámbulos, se dejó caer, entrandole toda de una sola vez-
-¡Aaaahhhhhhhhhh, dios, me voy a partir en dos. Joder, parece como si me llegara hasta las costillas, pero ni se te ocurra sacármela!, me dijo Bea.
Primero lentamente, y luego más rápido, empezó con el mete saca. Luego cambiamos de postura. Ella se arrodilló con el tronco apoyado en el banco del probador y yo desde atrás, y casi de pie, se la volví a meter de golpe.
-¡Sííííííííííííííí, así! ¡Dame duro y no te pares, que te mato!, dijo Bea
-¡Lléname este culito de putita que te he entregado de leche!, mientras se corría.
-¡Me corro, me corro, me corro, hummmmmmmmmmm!, y hundió la cabeza entre sus manos
Viendo semejante espectáculo no tardé mucho más en saciar sus ganas y vaciar mi leche en su culo. Todo había transcurrido en un cuarto de hora. Estábamos empapados, pero madre mía.
Ella se vistió. Fue al almacén y trajo toallitas húmedas de bebé para limpiarnos y secarnos el sudor.
Por supuesto, el pantalón me lo arreglaron en la tienda y a los tres días tuve que ir a probármelo para ver si el arreglo quedó bien. Y, casualidad, también me atendió Bea.
Desde entonces, mantenemos una franca y sincera amistad.

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